17 de junio de 2012

¿Quién alimenta a quién?

Existe la creencia errónea de que los hijos están para los padres. Es algo cultural. En realidad tiene que ver con que los hijos eran como un plan de jubilación, o un crédito a bajo coste. La familia era una unidad económica y de supervivencia, además de transmisores de los valores emocionales –buenos y no tan buenos- que perviven en la actualidad.

Los primogénitos se llevaban la mayor parte del pastel o el pastel entero. Pero las familias no estaban compuestas por papá, mamá y el niño o la niña, ya que no sólo la necesidad de perpetuar la especie en tiempos de guerra o entreguerras o carencias o mortalidad infantil a causa de enfermedades hacía que las familias fueran numerosas, sino que la iglesia siempre andaba por detrás. Estaban papá, mamá y una recua de hijos, que si había suerte uno era cura o militar, o se iba a América, otra monja, otra
casada de la mejor manera posible y por supuesto la última y alguno despistado por ahí eran el seguro de vida de los padres. Cuidaban de ellos, de las labores de la casa, del campo o de lo que fuera. Hacerse cargo de los padres era una obligación moral y asumían ese destino renunciando en muchos casos a su propia vida, a la realización personal.

Más adelante, cuando los tiempos cambiaron y el número de hijos disminuyó considerablemente mejorando las condiciones de vida, aún permanecía en el subconsciente colectivo que los hijos, tarde o temprano, se harían cargo del cuidado de sus padres. Esto, dicho sea de paso, en la naturaleza no se ha visto en ninguna especie. No existe esa reciprocidad. Es una continuidad en la cadena. Eso no significa ausencia de humanidad.

Las relaciones padres/madres-hijos/as es necesario aclarar que son los padres y madres los que deben vincularse a los hijos/as, los que tienen que estar a su lado incondicionalmente, los que deben amarlos, recibir su amor, protegerlos, cuidarlos, hacer que se sientan seguros, no abandonarlos nunca y no al revés. Estos hijos harán lo mismo con los suyos cuando los tengan. Lo de que los hijos cuiden de los padres forma parte de una relación de abuso y es antinatural. Se trata de una imposición social no instintiva. Los hijos aman a los padres, sin ninguna duda, pero no pueden cuidar de ellos, protegerlos o sentirse culpables por no hacerlo. La responsabilidad de los padres es cuidarse, entregarse a hacer felices a los hijos, lo otro si no, se transforma en una relación de enganche. Así vemos infinidad de hijos e hijas enganchados a sus progenitores. Esta situación va de la mano con la falta de rebeldía.

Los daños y los valores que heredamos de nuestros padres hay que filtrarlos curando los primeros y desarrollando los segundos. Si eso no es así, generaremos una dinámica de involución de la especie. Para ello es imprescindible rebelarse sin culpar, sino dando la responsabilidad. Que los padres asuman esa responsabilidad como una oportunidad de resolver disfunciones familiares heredadas es ayudar a los hijos en su camino de felicidad. La rebeldía es la responsabilidad de los hijos. De lo contrario, entramos en relaciones de dependencia insana.

El enganche consiste en que ninguna de las dos partes o por lo menos una de ellas no asume su papel y su función.  Se manifiesta de dos maneras diferentes: una, como sometimiento de una parte hacia la otra y dos, como continuo conflicto y enfrentamiento permanente. Así, en el primer caso, podemos ver a padres que someten a sus hijos bajo su autoridad o hijos que lo hacen con sus padres, ya mayores, devolviendo con la misma moneda el trato recibido. En el caso de enfrentamiento las dos partes se pelean continuamente y discuten por cualquier cosa tratando de imponer su autoridad por encima de la otra. En ambas circunstancias, todos pierden porque ni los padres han podido conseguir que sus hijos sean libres e independientes y los hijos no han terminado de arrancar en su lucha por la vida y la felicidad. Fracaso total.

La responsabilidad de que no ocurra ninguna de esas posibilidades es de los padres. Son ellos los que deben dejar libre al hijo o a la hija. Cuidar su propia salud física y emocional y seguir protegiéndolos permaneciendo  a su lado, con apoyo, respeto y valoración.

En eso consiste una relación intergeneracional sana. Lo de que antes se trataba con más respeto a los padres es una manipulación. Antes a los padres se les trataba con miedo, con temor, con distancia. El respeto tiene como base el amor, la comprensión. Cuando nos entregamos a lo que nos toca hacer en la vida, estamos tranquilos, en paz. Si los padres toman la conciencia de estar para los hijos, de pertenecer a ellos y no al revés, los hijos pueden volar con libertad, porque existe un sistema de seguridad que les va a permitir llegar más alto y no estrellarse.

Nadie es más que nadie. Cada uno cumple su función. Cuando no lo hacemos es cuando se rompe la cadena y comienza el sufrimiento. Si los padres ahora mismo toman la firme determinación de vivir para los hijos, velar por ellos, estar a su lado con el alma, dejarán un legado para todos sus descendientes que, siguiendo su ejemplo, podrán hacer lo mismo con la siguiente generación. Nunca podemos olvidar que somos únicos, irrepetibles y además formamos parte de algo más grande: la Vida.

1 comentario:

  1. Ser padre/madre es una bendición y entregarse a cuidar y desarrollar la felicidad y autonomía de un hij@ es un regalo.
    Cuántos se miran su ombligo y no hacen más que proyectar su veneno sobre sus vástagos?? No hay derecho, es amoral y no es impune.
    A vivir para los hij@s como muy bien escribe Maite!! Por ti, por ell@s, por tod@s ;)
    Lorena.

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