6 de junio de 2012

Ante un ataque, una defensa implacable

En los tiempos que corren, donde el patio está hecho polvo, más vale que aprendamos a defendernos. Por supuesto que hay que seguir construyendo y no con el rifle debajo del brazo, pero si nos atacan, en la forma que sea, habrá que reaccionar.

Suele ocurrir que no nos han enseñado a hacerlo, porque la bondad parece que está reñida con la agresividad. Y eso es una mentira como un templo. Con lo que está reñida es con la violencia, que es algo bien diferente. La agresividad es para defender, la violencia para atacar.

Pues bien, es fundamental defender la bondad, porque si no, se la pueden cepillar los quemados, maltratadores, sufridoras, resentidas, misóginos, y el resto de la colección.

¿Cómo responder a un ataque directo o indirecto? Tratar de razonar con alguien que utiliza la violencia es predicar en el desierto. Hay que imponer una fuerza mayor a la suya. Sentirnos seguros, e ir a por todas, protegidos. En un callejón oscuro no vas a decir a los doce que te acaban de insultar que te cagas en toda su familia, pero en un sitio público sí, aunque sea políticamente incorrecto. Por supuesto, se pueden utilizar otras defensas, pero nunca, frases del estilo «déjame en paz», «no te metas conmigo» o «no sigas hablando mal de mí» porque es darle vía libre a que siga haciéndolo contemplando cómo adoptamos un papel de víctima.

Además de ataques directos o indirectos existen los ataques de personas conocidas o desconocidas. Normalmente las desconocidas suelen ejecutar ataques directos. Hay gente que se desahoga con el primero que pasa, hay otra que malmete y nos difama, o que proyecta en nosotros mal rollo. Y eso hace daño.

Lo suyo es desarrollar nuestra fuerza y estudiar estrategias para cuando la ocasión lo requiera. Saber de qué van quienes nos atacan en la forma que sea y reaccionar con rapidez y de manera imprevisible en la defensa. 

Es muy importante ir por delante, anticiparse, conocer lo que el otro vaya a hacer.

No es adecuado sentirnos culpables por defendernos porque nos pone en peligro a nosotros y a la vida. Si el lenguaje o la actitud no es la que adoptaríamos en otra situación, no pasa nada. No es que nos hayamos transformado en miserables o destroyers, es que la ocasión lo requiere.

No sólo lo hacemos por nosotros mismos sino por todas las personas que nos quieren. Que venga un o una capulla a destruir todo lo construido en las relaciones de amor no está permitido. También lo hacemos por nuestros hijos e hijas y por el niño o niña pequeña que llevamos dentro, que quiere seguridad, desarrollar ilusiones, felicidad y protección de su mundo feliz.

Es el momento de matricularse en esa asignatura pendiente que es defender. Ver cuáles son los puntos flacos y cómo desarrollarlos, sacar nuestra agresividad e imponer y dominar a la otra parte y la situación en sí.

La persona que ataca no tiene tanto poder como parece, pero sí mucho mal rollo y da el pego. Sin embargo, está tan hecha polvo que no puede con una defensa bien armada, fuerte y sin fisuras.

Si necesitamos defensa personal, nos entrenamos para que la amenaza de violencia física no nos saque de nuestra posición. Si desconocemos los cuadros psicopatológicos de las personas que muestran estas actitudes, las estudiamos. Si flojeamos en estrategia, buscamos conectarla desde el alma y procesarla en la mente además de acompañarla con libros, películas, revistas especializadas u otros recursos.

Lo importante es no aguantar, no replegarnos, no darnos por vencidos ni por vencidas y no regalarles nuestro poder, que está totalmente por encima del suyo -el problema es que no lo sabemos-. Somos increíblemente fuertes, con gran determinación y voluntad férrea si nos lo proponemos. 

1 comentario:

  1. La de veces que me he comido el mal rollo que alguien me dirigía a mí creyendo erróneamente que si me defendía iba a ser peor.... Lo que tú dices, dan el pego pero de poder, en verdad, van escasos y ante una defensa bien armada no hay rival. Lorena.

    ResponderEliminar