Vamos perdiendo sensibilidad a
medida que la sometemos a estrés, a situaciones críticas, cuando la exponemos
abiertamente a la violencia activa o pasiva, de forma que normalizamos esa
situación.
Cuando un niño no ha vivido cerca
de él ningún tipo de agresión y, de repente, ve a un adulto dando un azote o un
cachete a un niño, se queda paralizado, bloqueado, aterrorizado. No sólo por el
hecho en sí, que ya es grave, sino por la carga emocional que conlleva.
¿Dónde termina la agresividad y
dónde comienza la violencia? La agresividad es defender, y la violencia es
atacar. La agresividad forma parte de la vida; la violencia, de la locura. La
vida da a todos los seres vivos un sistema para cazar, para vivir, y otro para
defenderse, para no ser devorados, que acaben con su vida.
La violencia sólo pertenece a los
seres humanos (desconectados), es una aberración propia de esta especie, de
ninguna otra. Por supuesto, que hay seres humanos capaces de adiestrar a
animales para que también lo sean. La violencia viene de la desconexión del
alma. Consiste en atacar con un fin destructivo.
¿Dónde y cuándo comenzamos a
normalizarla? ¿Hasta dónde aceptamos la violencia? ¿Es subjetiva? ¿Los dibujos
animados o programas infantiles la promueven o por el contrario transmiten
valores adecuados a cada edad?
Hay una franja más o menos fija,
que suele ir acorde a la primera infancia donde todo es educativo y los valores
que se transmiten son buenos y universales. Se busca cuidar. Sin embargo, estos
niños están expuestos a la violencia diaria en casa o en la calle. Violencia
verbal, física o emocional.
A partir de los cuatro o cinco
años, comienzan a ser más conscientes de todo y empiezan a habituarse a la
emisión de violencia en el ambiente, en directo o por televisión, puesto que ya
existen más posibilidades de que comiencen a infiltrarse más escenas de
violencia dentro de su rutina de juegos y de relaciones.
En la adolescencia se rebelan
–reacción propia de su edad-, pero lo único que hacen habitualmente es de
espejo: lo que han recibido es lo que emiten, sin tener en cuenta la
sensibilidad de los niños pequeños, ya que no tuvieron en cuenta la suya.
La violencia es una lacra a la que
exponemos a niños, perpetuándola.
La sensibilidad es imprescindible
protegerla de la violencia. Es urgente protegernos nosotros también.
Normalizarla es lo peor que nos puede ocurrir como especie. Para ello, tenemos
que tener claro que la violencia no es más fuerte que la agresividad, que el
odio no es más fuerte que el amor. De lo contrario, lo que emitiremos son
dudas, debilidad, y asumiremos una derrota que no viene al caso.
El impacto que puede causar a un
niño una escena de violencia puede definir su vida entera condicionando sus
comportamientos futuros. A un acontecimiento así se le denomina trauma, y en
caso de quedar atrapados bajo la influencia de uno y no resolverlo, puede
arruinarnos la vida y no llegar nunca a ser felices, a sentirnos realizados y
no saber por qué. Por eso, los adultos somos el escudo protector por donde no
se filtra nada. Y si hay alguna escena violenta que el niño vive, hay que
desactivarla, y no parar hasta que se sienta seguro y tranquilo. Para ello es
imprescindible hacer un seguimiento de sus comportamientos, darle mucho amor y
abrir una comunicación constante para que se sienta acogido, amado y protegido.
Cuando un niño descubre que todo
tiene solución y que hay una persona o varias que, por amor, no van a parar
hasta conseguir que se resuelva, ese niño deja de estar preso del sufrimiento
para empezar a vivir y disfrutar. Y lo más maravilloso es que ese niño puede
tener cuatro años o cuarenta y cuatro años de edad.
Qué maravilla que haya gente que ayude de verdad desde el alma y qué maravilla que haya gente que coja esas oportunidades buscando superar lo necesario para no repetir historia y ser un buen ejemplo! Lorena.
ResponderEliminar