2 de junio de 2012

Mientras a mí no me pase...

A través de los años, la tendencia de funcionamiento de los seres humanos ha sido sobrevivir cada uno sin esperar la ayuda de nadie, sin ayudar a nadie. La ayuda proporcionada en caso de haberla es hasta donde no nos pusiéramos en riesgo, hasta donde yo me pueda involucrar sin despeinarme. No salvar la vida sino dar una ayuda sin calibrar si es suficiente o no, y eso en el mejor de los casos.

No se trata de caernos por el barranco si la persona no quiere ser ayudada, pero dejar a alguien de la “manada” como víctima asumible y seguir adelante no es una respuesta adecuada. La pregunta es: ¿Hacemos todo
lo posible por salvar vida?

Si la respuesta es afirmativa, ¡enhorabuena!
Si la respuesta es negativa, seguimos con el cuestionario.
¿Qué no estamos haciendo y podemos hacer?
¿Qué nos lo impide?

Al final, el sentimiento generalizado es que nadie le importa a nadie y que “cada palo aguante su vela”. No importa si el palo pesa mucho o la vela está apagada. Si yo tengo cerillas o un palo que pesa menos, no voy a ofrecerlo porque eso supone posibilidad de problemas. Mientras no haya vínculo, no hay riesgo. Eso sí, me pierdo todo lo bueno. Además, cuando mi palo se parta y se me mojen las cerillas, no voy a tener a nadie que me salve de la oscuridad. Hemos creado un karma interesante para sufrir.

Invertir en seguridad para las cerillas y el palo es relativo. No hay nada seguro ni estable tal y como lo entendemos en una sociedad capitalista neoliberal. Existen valores seguros que son el amor y la lucha por la vida. El resto es artificial y nos revienta en la cara el día menos pensado.

Podemos rezar para que no nos pase lo que a nuestro vecino, y que no nos desahucien de la casa, no nos echen del trabajo porque nos aplican un ERE, un reajuste de plantilla o porque la empresa sólo ha obtenido un 300% de beneficio en lugar de un 3.000%, que no nos “salgan” los hijos depresivos por falta de motivación, que vayan más de dos personas a mi funeral y digan algo de lo que me sienta orgulloso y, en definitiva, que mi vida merezca la pena, o más bien, la alegría. Sin embargo, esa actitud para rezar es la de “Virgencita, que me quede como estoy”, cosa imposible, puesto que la vida es movimiento, cambio, evolución. Claro, que siempre podemos movernos hacia atrás, cambiar a peor o involucionar.

Lo único que nos saca de una situación de soledad, pánico y derrota es luchar por la vida y nos salvamos salvando. Quedarnos inmóviles, temblando bajo las mantas de la cama hasta que pase el temporal sólo nos lleva a asomar la cabeza un día y darnos cuenta que no nos hemos atrevido a cambiar, a intervenir, a mejorar ninguna situación propia o ajena. Se ha hecho realidad nuestra peor pesadilla.

Si sacamos la cabeza de la cama podemos ver que hay otras camas al lado de la nuestra con personas temblando dentro de ellas. Entonces sí podemos salir para salvar, y aprovechar la oportunidad de que otros salgan de la cama cuando nos vean a nosotros fuera de ella. Llamar su atención, decir que es posible y necesario hacerlo.

Entonces seguimos los pasos para hacerlo:
  • Conciencia de que la vida es sagrada.
  • Es posible la sanación.
  • Me conecto con ello, con el amor por la vida y con la misión existencial que tengo.
  •  Tengo la fuerza y la determinación de llevarlo a cabo.
Por supuesto que nos va a tocar a nosotros tarde o temprano lo que tratamos de evitar a toda costa. Por supuesto que sólo podemos salvarnos a través de las relaciones de amor. Y por supuesto que podemos cambiar el mundo desde ahí. Con que salvemos a una sola persona, la humanidad entera se salva. Entregarnos a ello es el sentido de la vida.

1 comentario:

  1. Yo me dejo salvar,eh!! jaja...Hay que salvar vida siempre claro que sí y atreverse a seguir ese primer impulso que es el bueno. Lorena.

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